12 de octubre de 2012

1.- Gabriele de Mussi anuncia la llegada de la Muerte Negra a Caffa

Un notario italiano, Gabriele de Mussi, describe en 1348 lo sucedido en el puerto de Caffa, en el Mar Negro.
"...En 1346, en los países de Oriente, incontables números de Tártaros y Sarracenos cayeron por una misteriosa enfermedad que traía una muerte repentina. Dentro de amplias regiones de estos países, lejanas provincias, magníficos reinos, ciudades, villas y asentamientos, asolados por la epidemia y devorados por la terrible muerte, fueron pronto vaciados de sus habitantes. Un asentamiento oriental bajo el dominio de los Tártaros llamado Tana, al norte de Constantinopla y que había sido muy frecuentado por mercaderes italianos, fue totalmente abandonado tras un incidente que llevó a ser asediado y atacado por hordas de Tártaros que se reunieron en un corto espacio de tiempo. Los mercaderes cristianos, que fueron desalojados por la fuerza, estaban tan asustados por el poder de los Tártaros que, para salvar sus vidas y pertenencias, salieron en un buque armado rumbo a Caffa, una ciudad de la misma parte del mundo fundada hacía largo tiempo los Genoveses. ¡Oh Dios! Mirar como las razas paganas Tártaras, saliendo de todas partes, súbitamente atacaron la ciudad de Caffa y asediaron a los durante casi tres años. Allí, acosados por un inmenso ejército, apenas podían respirar, a pesar de que sí entraban víveres en la ciudad, lo cual proporcionó alguna esperanza. Pero observaron, que el ejército entero estaba afectado por una enfermedad que atacó a los Tártaros y mató a miles de ellos cada día. Como si duras flechas llovieran desde el cielo y golpearan y destrozaran la arrogancia de los Tártaros.Toda asistencia y atención médica resultaron inútiles, los Tártaros morían tan pronto como los síntomas de la enfermedad aparecían en sus cuerpos: hinchazones en sus axilas o ingles causadas por humores coagulados, seguidos de una fiebre pútrida. Los moribundos Tártaros, asombrados por la inmensidad del desastre que les llevó la enfermedad, y asumiendo que no había esperanza de escapar, perdieron interés en el asedio de la ciudad. Pero sí ordenaron que los cadáveres fueran situados en catapultas y arrojados dentro de la ciudad con la esperanza de que el insoportable hedor mataría a todos dentro de las murallas. Lo que parecían montañas de muertos fueron lanzados dentro de la ciudad, y los Cristianos no pudieron escapar o esconderse de ellos, a pesar de que arrojaron tantos como fue posible al mar. Y pronto los cuerpos podridos envenenaron el aire y el agua, y el hedor era tan sobrecogedor que apenas uno de cada mil estaba en situación de escapar de los restos del ejército Tártaro. Un hombre infectado podría trasladar el veneno a los otros, e infectar personas y  lugares con su enfermedad solo con verlo. Ninguno supo o pudo descubrir medios para defenderse.
Casi todos los que han estado en Oriente o en las regiones del norte al sur, cayó víctima de la muerte súbita tras contraer la enfermedad pestilente, como golpeados por una flecha letal que les metió la peste en los cuerpos. La escala de la mortalidad y la forma que tuvo convenció a los supervivientes, lamentando y llorando, a través de los amargos hechos de 1346 a 1348, a los Chinos, Indios, Persas, Medos, Kurdos, Armenios, Cilicios, Georgianos, Mesopotámicos, Nubios, Etíopes, Turcos, Egipicios, Árabes, Sarracenos y Griegos (porque casi todo Oriente ha sido afectado) de que el día del juicio final ha llegado.
Tal como ocurrió con aquellos que escaparon de Caffa en barco, había unos cuantos marineros infectados con la enfermedad venenosa. Algunos buques se dirigieron a Génova, otros fueron a Venecia y a otras áreas cristianas. Cuando los marineros llegaron a sus destinos se mezclaron con las personas de esos puertos, y como si hubieran llevado con ellos espíritus diabólicos, cada ciudad, cada pueblo, cada lugar fue envenenado por la pestilencia contagiosa, y sus habitantes, tanto hombres como mujeres, morían repentinamente. Y cuando una persona contraía la enfermedad, envenenaba a toda su familia, incluso si caía y moría, aquellos que enterraban su cadáver también encontraban la muerte de la misma manera. Así la muerte entraba por las ventanas y las ciudades y villas se despoblaron con sus habitantes llorando a sus vecinos muertos."

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